martes, 30 de noviembre de 2010

UNA VERGÜENZA

Realmente es la bastardización del sufrimiento de los veteranos, sus seres queridos y, de todas aquellas personas que tienen conciencia cierta respecto a las atrocidades de la GUERRA.

http://www.zonagratuita.com/servicios/noticias/2005/agosto/041.htm

jueves, 2 de septiembre de 2010

Murió Fogwill, autor de "Los Pichiciegos"

Murió Rodolfo Fogwill, autor de una delirante pero, a la vez brillante novela sobre Malvinas: Los Pichiciegos (hay reedición de la misma, antes recontraagotada, en Editorial El anteneo.
Imperdible:
"...A los pichis les enseñaron una que se pasaba por la radio: "My home is the ocean/ My grave is the sea/ And England shal ever/ Be Lord of the sea". Era muy fácil de aprender a cantar, pero escribirla, o entenderla, no cualquiera podía, por lo arrevesado de la fonética y de la manera de pensar de ellos; la traducción es más o menos que ellos siempre la tienen que ganar. Algo así.
Hijos de puta."

sábado, 22 de mayo de 2010

FOTO DE MAYO DEL `82

Esta foto corresponde a los entonces soldados clase 63 Sandro Penso y David Pequeño, ambos pertenecientes al Escuadrón de Tanques "B" del RCTan 11 de Puerto Santra Cruz, por aquel entonces movilizado en la zona de Güer Aike, más precisamente en la estancia "Killik Aike Norte", de propietarios de origen inglés, a unos 50 km de Río Gallegos y, a orillas de la ría junto al final del aeropuerto. Desde allí casi todos los días partían misiones de cazas Mirage hacia las Islas Malvinas. a unos 600 km.

sábado, 20 de febrero de 2010

El relato de Julio La Luz acerca de la batalla de Dos Hermanas

Increiblemente vívidas, emocionantes e impactantes las palabras escritas por el Ex soldado VG Julio La Luz, integrante del Esc. de Exploradores de Caballería Blindados X, transcriptos por Gustavo Pirich en su libro "Hojas de Ruta. De la Guerra en las islas a la Guerra en el continente". En él se relata la manera en que vivió este veterano de Malvinas su llegada a las islas y todo el tortuoso proceso previo a la entrada en combate. Las escenas de guerra son relatadas con pincelazos magistrales propios de un escritor profesional, los que nos dejan verdaderamente anonadados por su crudeza y, por la descripción de grandezas y calamidades del comportamiento de los hombres, sobre todo de la defección de oficiales y suboficiales del ejército, aunque también el mérito y valentía de otros.

martes, 9 de febrero de 2010

Capítulo VI (con este concluye la 1ª Parte)

Está sentado en la parrilla de Oviedo y una ráfaga de pensamientos lo acomete. Y ahora ese primor de mujer, metiéndosele por los poros a Julián, recorriéndolo con sus manos de caricias compañeras, y a veces vibrantes, la que lo hace hablar, contarle, volviendo débil el dique de la reserva, acuciándolo a desprenderse del peso de la angustia, disolverlo con palabras, ésas que están tan contenidas adentro suyo. Hay que ponerlo en palabras, le dice Sandra, versada en psicoanálisis. Si puede ser que alguien te respete y te quiera, y se interese por vos, cómo no admitir que esa mujer también es fruto franco de esta misma sociedad que se descubrió a su adultez con un persistente rechazo, que te resiste y que te niega. Eso se pregunta Julián, y se dice a sí mismo que por qué no, por qué no abrirse, cuando Sandra lo interpela, la mirada buena y atenta, posada casi en sus cejas, él con el gesto adusto, resistiéndose a decir, como secretamente encadenado a los grilletes del pasado, con la persistencia amordazante y negadora de la propia historia. Si bien ella no vivió lo mismo, no hay duda de que es resultado del mismo caldo que los hizo a todos apesadumbrados moradores de una patria de desarraigos, internos o externos, como habitantes de un país que impugna inmisericorde el reconocimiento de pertenencia a los suyos, ¡a una parte de los suyos!. Si ella recuerda claramente la huelga general del 30 de marzo, y tres días más tarde la toma de Malvinas, y el campeonato de desinformación por canal 7, anoticiados todos en su familia por el padre que escuchaba todas las noches atentamente la BBC; mientras que ella, junto su hermana y madre, caían en la cuenta de que, seguramente aquello era parte de una campaña de ocultamiento de la dictadura. Una más para con el pueblo, iluso en su mayoría, siempre complejo en sus pliegues, algunos especulando en tácticas y estrategias para con la política interna de enfrentamiento a la dictadura, otros eufóricos y quiméricos con la recuperación de ese lejano territorio. En todo caso eso, Julián lo fue viendo después, alertado por sus devaneos acerca de la historia reciente, en la universidad. Las marchas y contramarchas, las sendas y vericuetos que algunos intelectuales y políticos atisbaron en el enfrentamiento a la dictadura militar. En todo caso, abandonado de la consideración de simples cuestiones de política interna, relegados todas a la causa libertadora de la recuperación histórica de las Islas.
Julián no había sentido nunca ese escozor con ninguna otra mujer, hasta ahora, envolviéndolo y depositándolo muchas veces en el paroxismo, susurrándole palabras provocativas, despertándolo al crepitante escenario de la lujuria, a veces escandalizándolo de rubor. Ni siquiera quiere pensar en mencionar esa palabra, la que mejor parece caberle a la descripción del vínculo que, abrumadoramente desde que la conoce, los invade. Parece que es como si esa noción que describe a la pasión que une a los cuerpos, inflamados los sentidos, provocando la exaltación de las emociones, también estuviera más protegida si no se la menciona, como otra treta ingeniosa del silencio autoimpuesto, sobrepasándolo. Como si fuera que el amor, que de eso se trata, pudiera protegerse de ser perdido gracias a las férreas leyes del sigilo, inexpugnable estratagema sobre las huestes de la desgracia, futura o pasada. Es una lucha interna contra los espectros de la noche de las desgracias, como un escudo contra la metralla que él conoce cayendo impenitente, sobre las rocas del improvisado refugio, sobre la carne y los huesos de los infortunados, pero también sobre la implacable vestal de los amores perdidos, condenados al olvido, fracasados, que ya lo han asolado no hace mucho. Y al final, es como si tuviera él, en aquellas reuniones, permiso para alejarse en sus devaneos internos, desentendiéndose relajado de la conversación y de alguna concreta pregunta, dispensado de esa carga por su condición de veterano de guerra.
Qué bonita morocha, qué estilizada belleza. La mirada placida destacando los castaños ojos, pestañas largas y arqueadas, ¡una muñeca! Las cejas como pinceladas delicadas, las pecas sobre la nariz armónica, una manzanita de labios carnosos, insinuantes y rosados, como delicioso toque que culmina en un mentón de aristas suaves aunque firmes. Esbelta figura, pero contundente, de formas contoneadas y de grácil exhuberancia, como para sentirse pleno de que aquella mujer se haya fijado en él, como él se prendó de ella, en la fila para inscribirse en la facultad, aquel febrero de 1984. El pelo sedoso y ensortijado de Sandra, cayendo oscuro sobre sus desnudos y redondeados hombros tostados por el sol. La memoria se detiene en ese vestido anaranjado, amplio, calzada con unas sencillas sandalias de cuero, un conjunto muy provocador en su simple ingenuidad –quizás estudiada con sutileza, algo que, con el tiempo comprobaría con certeza- dándole al conjunto una mezcla irresistible.
No hablaron de sus historias, en principio, recorriéndose con las miradas, reconociéndose con discreción, al entornar la vista, cuando el otro no mira. Charla amena y distendida, matizada con la inquietante excitación de estar conociendo a la persona, a ese ser especial, que hasta ahora no ha aparecido. Vidas con relaciones ligeras, inestables, adolescentes. ¿Un flechazo? Fulgurantes brillos en los ojos, interés y casi fervor espontáneo. Ella, la consecución lógica de una escolaridad secundaria, bachillerato en humanidades en una escuela pública de Caballito (él podía adivinarla, esbelta, vestida con su delantal blanco, el cabello negro y largo, casi hasta la cintura, quizás recogido en una cola con lazo), sin duda brillante rendimiento, un señorita aplicada, centrada y, ¿por qué no? Deslucido rendimiento en un intento por ingresar a la Facultad de Ingeniería, él; ahora trabajando de técnico en una empresa de saneamiento urbano, dibujando planos. Curioso recorrido, ambiguo, ¿quizás desesperado? ¿Abandonar una vocación técnica bastante marcada, con un industrial completado en 6 años? ¿Pasarse a una carrera humanística? Lo hacían aún más intrigante, complejo, críptico, con la mirada clara y bonachona, con una sonrisa singular y divertida, estentórea.
Ir a tomar un café, desde ya que sí, ¿por qué no? El permiso para ir a inscribirse a la facultad ya estaba otorgado, la jornada de trabajo ya es historia, el impulso por prolongar ese encuentro fortuito y ameno es irrefrenable. La vida da muchos, curiosos golpes de timón. La facultad es un punto de referencia bastante claro, incuestionable, seguro en ella. No tanto para él; la anterior experiencia fue frustrada por, ¿una cristalización del cerebro? Qué divertido, qué ingenioso. No sabía ella que algunas experiencias pueden alterar la capacidad de razonamiento. Ah, ¡claro! ¿Cuáles? Ya se develarán, con el tiempo, ahora lo hacen más interesante en esos recónditos secretos que lo pintan misterioso e interesante. Sí, la conscripción produce eso en algunos jóvenes argentinos; un año perdido, un duro año de anquilosamiento de las neuronas –qué singular perspectiva, ingeniosa- . Sobre todo cuando eso se comprueba comparando que, junto con su amigo y compañero del secundario, Andrés, las lecciones y las explicaciones en el aula del curso de ingreso son casi in entendibles; no les pasa eso a los recién egresados de la escuela, las mentes ágiles y los cálculos certeros y aceitados, el mes que viene estarán cursando ingeniería sin inconvenientes, planes ordenados que se cumplen con puntualidad. Es cuestión de mirarse entre ellos, Julián y Andrés, no entender lo que pasa, pero que sin dudas ocurre, sucede. La cabeza está “quemada” viejo. Vamos a laburar un año, y el año que viene vemos qué pasa. Es el destino, no puede ser tan malo como lo otro; nada lo es.
Pero el año pasa, la cabeza se resiste a afrontar los cálculos y la abstracta lógica de la física. ¿Por eso estás acá? Las letras seguro que son lo mío -oh qué morocha tremenda, cómo me gusta, y cómo me mira de profundo, que bonitos ojos castaños, se dice Julián desviando la mirada hacia un aviso pegado en la pared del bar, mientras esperan que les sirvan. Hay que disimular que está perplejo, no ser tan evidente. Si, aún no he visto el programa, le confiesa a la morocha que ahora lo mira fijamente, asintiendo, pero una carrera técnica para mí nunca más. Las letras me atraen, te diría que me apasionan, como si fuera un caso raro. ¡Incluso llevaba a la escuela novelas para leerles a mis compañeros en los recreos, en el Industrial! ¡Si! Claro, eran novelas eróticas, sobre todo las de Erica Jong, y de J.P. Donleavy. Eso sí que concitaba la atención de esos guarros, sus compañeros adolescentes de secundaria. Atrapados en los relatos de transcursos insinuantes, muchas veces explícitos, sexo en formato de relato elegante, bien escrito. Un lujo raro, que concita una popularidad extraña a favor de Julián, un oscuro personaje, culto y cerrado, lejano a la mayoría de sus compañeros, sólo dado con tres o cuatro de ellos, en épocas de dictadura, donde lo más osado para un adolescente es ir al cine un sábado de trasnoche, corriendo el riesgo de que te lleve la policía en una razzia, o “ratearse” al cine Roma, de Avellaneda, esas tarde en que el acomodador tiene amnesia y no pide los documentos a los menores de edad, claro, con un leve adorno a su bolsillo, “dos guitas” entre todos los de la barra que viaja en colectivo, aún con la corbata y el saco del colegio.
Es hora de irse, de cómo y cuándo se despidió del gordo esa tarde ya no le quedan señales. Qué increíble que no pueda, desde hace unos meses, hablar con ella sin que se desate una discusión. Va pensando eso al volante del camión del reparto, de vuelta desde lo de Oviedo, escuchando un tango desde el quedo parlante, la voz inconfundible de Ángel Vargas, su preferido. Pero ahora hay cosas más trascendentes en su cabeza, no hay lugar para la devoción al cantante, porque la morocha y su recuerdo lo tienen a maltraer. Será que no puede concentrarse en nada, que todo le resulta pasajero y efímero. Claro, ella necesita algo sólido, necesita un hombre con un proyecto consistente y centrado, no alguien con tantas dudas, sin certezas. En él no hay plan que no sucumba ante la fugacidad, la incertidumbre. Si todo es efímero. ¿Acaso no comprendió lo que le pasó al flaco Testa? ¿No me acompañó mil veces a la casa, y en el último tiempo al hospital? ¿No se da cuenta ella de que me pasan cosas muy parecidas? Quizás que no lo quiere ver. Es difícil reconocer que uno tiene problemas, al flaco eso le pasaba seguido.

viernes, 5 de febrero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

El capítulo V y, una novedad. Los restantes estarán a disposición de los seguidores que los soliciten.

CAPÍTULO V

Se repite el descubrirse allí sentado, embelesado, como flotando en un fluir de cavilaciones Cree que es un mecanismos de defensa que ha desarrollado y que experimenta con cierto extasiado placer, desde hace un tiempo. Establece ensimismados recorridos mentales que lo alejan momentáneamente de las circunstancias presentes y lo depositan en un limbo meditativo, donde se desenmarañan muchos obstáculos que lo aprisionan rutinariamente. Lo acomete una sensación de evadirse, placentera, agradable, y lo traslada hacia escondrijos donde seilumina franjas sombrías de lo que es.
Un fugitivo vuelo desde la esquina de abulia alcohólica en el bar de Lanús, hacia la ya recalcitrante reunión en lo de Girotti, el jefe de su mujer. Se detiene en ella. El ensueño quimérico se pone en viaje, reposado, fugaz. Piensa en llevársela ya mismo, a su departamento, sentada sobre sus rodillas, en el colectivo, en un asiento de a uno, su torso elegante sostenido por detrás, la espalda erguida, el pecho opulento flotando sobre el suyo, el pelo recogido y los aros de argollas gigantes coronando su intensa belleza, aplicándole húmedos besos sobre la comisuras de los labios, a él, que finge desentenderse mientras la deja hacer, llevándolo a extremos de excitación, que culminarán explosivos, derramándose dentro de ella, sobre su cama, con las persianas bajas, con el silencio del hogar sorprendido por la intempestiva entrada de los furibundos amantes. En vez de eso, una terca inercia lo detiene y lo relega a volverse silencioso testigo de las discusiones, mientras su impulso por escapar de allí hacia una lujuriosa tarde de amor se desvanece. Es como el estigma de su existencia, el dejarse habitar por esa inercia que lo controla, que lo conduce hacia la consumación de la rutinaria abulia, de la que emerge Sandra como extraño páramo de ardor, de plenitud y de energía. Y eso es justamente lo que lo asusta de la relación, el no tenerse confianza, a no poder sostener el interés que ella siente en él, un interés que sigue presentándosele primoroso, que no desfallece, que lo confunde.
Un muro de mutismo se convoca en su cabeza, allí sentado en casa de Girotti, abstrayéndose de la animada plática. Un alambrado de congoja por los amigos, por Alfredo, por los pibes de la patrulla que iban hasta el Wall, por entre las escarpadas hileras de rocas. Lo que parecía una suave ondulación, bajando del cerro, hacia el norte, era un atolladero de estribaciones a las que había que rodear trabajosamente, doblándose los tobillos, trastabillando con el fusil a cuestas, para luego hundirse en la esponjosa alfombra de turba, empapada y floja, cubierta de pastizales. Si con Alfredo les tocó varias veces ir de patrullas, tres o cuatro veces, comenzado mayo, hasta las cercanía del mar, en Fresinet. Y ahora, todos esos pibes estaban muertos, Ayala, Ribonetto, el colorado Roeninger y Alfredo Insúa. Y él junto al resto, atrapados en una red de silencios, obligada, autoinducida. No vayan a hablar de lo que pasó, puede haber graves consecuencias para el que rompa el silencio, incluso para la familia, les dijeron en la cuadra de la compañía, en el regimiento, antes de devolverles la libreta y volverlos a la silenciosa libertad, muda a los recuerdos que se abroquelan palpitantes por salir.
Y ahora con esa dulce chica, las charlas simples, apacibles las charlas y su tono, la mirada plena y que da confianza, que lo deja ir largándose, abriéndose, de a poco. Hasta llegó a contarle algunas cosas, cosas que sólo a veces tiene reservadas para hablarlas con Gustavo y el flaco, cuando van a pescar al río Salado. En la orilla del río, las playas barrosas, las botas llenas de fango hasta donde comienzan los pantalones. La alharaca de ir sacando los pejerreyes que se van cebando a medida que salen, atiborrados por sus propias escamas, y su propia carne al ser desprendidos de los anzuelos, los mismos que les quitan la vida, y que los alborotan y los enervan en seguir el pique, y que a los pescadores entusiasma, perdiéndolos sin meditaciones en la febril actividad, que de última sólo había sido pensada para distraerse, para alejar los recuerdos que vuelven, insistentes. Y el flaco Testa es un maestro de la pesca, se sabe todos los trucos: que la distancia de las boyas hasta los anzuelos, que los ángulos de las agujas de esas pequeñas garras que se roban a los plateados peces del agua de acuerdo a la profundidad a la que flota la boya, que el color amarillo o el rojo de acuerdo a la hora del día. Si hasta el peso de la caña influye, y el flaco lo cuida y lo calcula por sus compañeros de osadía, sugiriendo ésta o aquella caña, con cariñoso celo, de acuerdo a la contextura de Gustavo o de Julián, en el barro, en las orillas fangosas, todos pertrechados convenientemente. El flaco le da a Julián la sensación de que la pesca es una verdadera ciencia, una ciencia práctica, de aquellas que provienen de la larga experimentación y la sabiduría de todas las generaciones de humanos acumuladas, el pertrecho de la tecnología de supervivencia de la especie, personificada en una persona que acumula en sí las destrezas de una raza. Al menos, acumulada en la prosapia de la familia Testa, se dice Julián. Y el flaco que tan experto y sabio en las lides de la pesca, no puede con su alma, pobre. Y fuma como un escuerzo, tres paquetes de negros, Imparciales. Que ya fumaba en la colimba, y cuando se iban de franco lo tenían que aguantar en la estación del tren para que fuera al quiosco, donde se compraba de a dos atados. Y en las Islas, durante la espera, parecía que succionaba oxigeno de la esperanza a través de los cigarrillos, siempre ansioso de las noticias que traía el gordo Oviedo, o de los informes que ninguno de ellos creía del jefe de sección, cuando venía de la carpa del capitán, que a la vez traía las últimas novedades que le pasaba el “teco” Benitez, el Jefe del regimiento, -un regimiento de infantería mecanizado, ahora apoltronado en las rocosas laderas de un monte cubierto casi siempre de helada niebla y pertinaz llovizna- por radio, después de hablar con el general en Puerto Argentino.
Pescando pasaban horas memorables, de nuevo, de las pocas que conseguían ser horas plenas, un tiempo como signado por la pesadumbre, que flotaba como un denso nimbo sobre los tres, que sintiéndose amigos, sabiéndose portadores de un juramento común, como perpetuadores de una estirpe entre la que se mantenían como jalones refulgentes, los caídos, los que ya no estaban, y así rehuían de las vivencias que los hermanaban, fundidos por el lacerante lazo de silencio, que casi ni entre ellos rompían. Sólo a veces, mientras alguno -reconcentrado en la boya para detectar el más minúsculo movimiento, ensimismado y con un recuerdo a flor de labios- lo murmuraba para el resto, como una plegaria expiada al olvido, destinada a no ser oída, relegada a perderse en la sombra del pasado. Y sólo si, tal vez el flaco o Gustavo o él escuchaban, como de casualidad, y si tenían ganas de tomar el hilo del sentir, lo seguían y el recuerdo se desplegaba, fluido, como si las cosas pasadas volvieran impenitentes del horizonte de la muerte y de los muertos. Entonces sí, allí todos recordaban y lo compartían. ¿Te acordás? Quizás alguna risotada, qué loco el cabo Cifuente, que recorría los puestos con el sable bayoneta calado, con la culata del fusil apoyada en la cadera, casi agazapado, observándolos en su puesto, generalmente recolectando una mirada de desganado desprecio por lo fútil del gesto, como si de un inútil pavonearse se tratara, ¡que no estamos para esas huevadas! se decían, para ellos mismos, recelando en secreto que el muy torpe no fuera, alguna vez –como luego se enteraron, indignados ya había pasado- a írsele un cohetazo contra alguno de ellos. Porque seguro que, en la noche, un ganso de estos le dispara a la primera sombra, sin detenerse en si es de los nuestros o es inglés. Y el flaco Testa, cambiando las carnadas de lombrices, con su gorro de campaña, que le habían visto iguales a los soldados sudafricanos que aparecían invadiendo no sé que país fronterizo allá en África, ¡allá también siempre con quilombos! Con su nariz redondeada, los ojos buenazos, flaco y desgarbado aún, como cuando habían terminado la instrucción ese primer verano. Y como lo recordaban también doblado de frío, bajo la llovizna helada entre las rocas, con la mirada perdida al este, casi todas las tardes de mayo, tiritando, como imaginando a esa flota que se adivinaba allá lejos, asesina. El flaco con la carnada en la mano, contestando el contrapunto de alguna perdida anécdota. Y no mucho más era lo que recordaba de las contadas ocasiones en que se había roto el muro de silencio. Los milicos les habían impuesto la campana “del jefe y Maxwell Smart en CONTROL”, bromeaban, para que no hablaran de nada de todo aquello. ¡Qué gracioso!, pero ellos acataban y callaban. Sin embargo, era sólo en la ceremonia de la pesca en la que se propiciaba entre ellos la remembranza, abriéndose paso por sobre el tabique de mutismo.

lunes, 11 de enero de 2010

LAMENTABLE NOTICIA

lunes 11 de enero de 2010
SE SUICIDO EL CAMARADA JULIO SANTIAGO CALHUANTE
Fuente: Asociación Civil Paracaidistas de Malvinas y Otras Armas por intermedio de su Presidente. el compañero Roberto Michel - Jorge Torreta (Agrupación TOAS 82).
LOS CAMARADAS DE LA PCIA DE SGO DEL ESTERO, les hacen llegar el mas sentido pesame a los familiares, amigos y camaradas del compañero Julián Santiago Calhuante (Destacamento de Exploracion 181 de Caballería Blindada) quién tomó la dramática determinación de quitarse la vida. Nuestro reconocimiento y respeto a este camarada que cansado del abandono por parte del estado tomo la drastica determinacion de quitarse la vida. EN ESTAS HORAS DIFICILES QUE NOS TOCA VIVIR LA UNIDAD Y EL ENTENDIMIENTO DEBEN PRIMAR SOBRE TODA ACCION .
DANIEL CARRIZO
ASOCIACION 2 DE ABRIL
SGO DEL ESTERO

sábado, 2 de enero de 2010

CAPÍTULO IV

Julián se afloja en su silla, aposentado relajadamente. Esa mujer –evoca y se aleja en cavilaciones discurriendo ensimismado. Sandra. La cara redondeada en la frente, un alargado contorno del rostro hacia el mentón, armonioso, la boca carnosa y sugerente, los ojos marrones y límpidos, el cabello negro, cayendo con suavidad en delicados bucles, antes de los hombros. Y esa mirada inquisidora y concentrada en él, aun cuando se ven desde lejos. Ella no le pierde la vista, no deja de mirarlo hasta que están los dos frente a frente. Él piensa para sí, cada vez que la sigue con la vista, al acercársele, que ella se pregunta ¿te vuelvo loco, no? Esa es una duda que tiene, que cree confirmar cuando, sin quitar los ojos de los suyos, ella lo besa amplia y voluptuosa, en cada encuentro. Posiblemente eso no sea real, pero forma parte del misterio que los une, que a Julián lo fascina de aquella mujer, que parece tan entregada a él, y que en él siempre recrea sus debilidades, sus dudas, que refuerza sus zonas sombrías. ¿Por qué no le alcanza nunca con que ella lo diga, lo reafirme constantemente? Lo quiere, lo ama.
Si al final de toda esta charla se trata de que a uno no lo reconozcan, no por nada. Uno se gana, cree de manera precaria Julián, que lo reconozcan o no. Julián cree todo de manera precaria. Precaria, provisional –piensa- porque es como una fórmula fácil, como decirse a sí mismo que las cosas son como son por leyes impuestas, vaya a saber por qué cósmica determinación. Y eso lo hablan siempre con Sandra, lo discuten, él cree que por un ciego voluntarismo de ella, que parece coincidir con la testarudez del flaco Testa, cándidos piadosos creyentes en la bondad humana.
Y han discutido también eso, en esas reuniones a las que han ido con Sandra, a lo de su jefe, a lo de Girotti, el profesor titular de la cátedra donde trabaja Sandra. ¡Ese es un reconocimiento bien ganado! ¡El reconocimiento de la sociedad y del Estado es impostergable! –dice Girotti a quién lo quiera escuchar en su casa, mientras lo busca a Julián de interlocutor. Lo mismo piensa Julián. Vale la pena que lo reconozcan a uno, como lo reconoce Girotti, un tipo de calvicie avanzada al que le crecen unos vigorosos pelos blancos a los costados de la cabeza y en la parte posterior del cráneo, lo que junto con los lentes de grueso armazón negro, y un aire de intelectual convencido, le dan una digna apariencia de catedrático siempre apoltronado en el cenáculo de las razones sólidas. Pero, mientras tanto –Julián no puede con su introspectiva ironía- ¡marche preso!
Girotti, desde que lo conoce, siempre se interesó por aquella empresa que el ahora repartidor de vinos considera una breve y casi insignificante historia, la de una guerra que aún no cesa en algunas memorias. La de Girotti, y la de Sandra, la de ese grupo que se reúne en la casa del profesor a discutir efusivamente la realidad nacional, junto con temas relacionados con sus asuntos académicos.
Asisten a esas reuniones en las que a Julián, Girotti le parece excesivamente interesado en un tema que él bloquea casi espontáneamente, relegado a las sombras de un acontecer taciturno. Eso es lo que Julián considera que se ha convertido su vida, sombras motejadas por claros de cotidianeidad macilenta y previsible. Pero si es simplemente un obrero, hijo de obrero, con aspiraciones de obrero, quizás especializado, luego de haber terminado satisfactoriamente la escuela técnica. Para sobrellevar su tara ha simulado tener interés en la academia, anotándose en la facultad, con rendimientos mediocres en la carrera de letras –aunque es un lector voraz, siempre anhelante de nuevos autores y títulos-, la misma que su novia va a terminar con honores, casi meteóricamente, cautivando a su profesores, motivando a Girotti a tenerla en su plantel de ayudantes, casi deslumbrado al recibir en persona una demostración brillante de un examen final de Literatura Argentina. Es la procesión interna de un individuo que siente que los méritos que tiene son desechables, que va buscando convencerse a sí mismo de su constitución de hombre gris, mediocre, a veces contradicho por arranques de efusividad intelectual, o esplendor especulativo. ¿Quizás con eso se engaña Sandra? Lo considera más de los que realmente es, o al menos es más cómodo para Julián autoconvencerse en ese panorama que le asegura bajo perfil. Aunque esa vez Girotti ha afirmado algo -su jefe ha conminado a Sandra para que acuda con su compañero-, que lo ha dejado admirado al ex soldado al escucharlo: la de esa guerra, es la historia de muchas guerras. Una guerra y tantas guerras como ex soldados han peleado en ella, los que ahora son relegados a una omisión criminal.
Esto es lo que lo pone nervioso de las reuniones en casa de Girotti. Transformarse, como en aquel almuerzo -con un asado excelente, muestra del buen gusto y la posición económicamente holgada del profesor-, en el centro, por momentos, de una charla que se convierte en discusión acerca de geopolítica, acerca de la historia del país y las sucesivas debacles que lo han barrido, con epicentro en la guerra de Malvinas. Y ahí la mirada de Girotti, con la dulce mirada de Sandra que tiene tendencia a tomarle la mano, que percibe genuinamente afectada, conmovida por las respuestas que salen de su boca, entrecortadas, que tardan en llegar como recelando de sentirse protagonista. Si en definitiva es eso, en última instancia el lugar que tienen los ex soldados es el justo y adecuado a la idiosincrasia de este país. Relegar a los protagonistas, autocomplacerse en ser ciudadanos de la indiferencia, ocultar y callar a los testigos, son actitudes patentes del imaginario social en los dramas de los desaparecidos y de los ex combatientes. Como si fuera posible establecer un épica de la derrota. Los rendidos, los muertos, los derrotados, están sometidos a un silencio obligado, monolítico, ocultos en el cofre de la ignominia. No son siquiera heridas, no han siquiera rasgado el velo de la abulia imbécil de una sociedad adormilada en sus insignificancias.
Reflexiona Julián acerca de lo que se debate en aquel círculo intelectual, del que forma parte como testigo entusiasta e incómodo a la vez. En verdad, qué tremendas consecuencias de tamaña e imbécil osadía. Si era verdad que a finales de 1981 los ingleses habían amenazado a la administración “kelper” de que los dejarán solos si continúan con sus intemperantes, intransigentes y anacrónicas demandas ante el gobierno de Londres para obtener atenciones especiales y su autodeterminación. Sí que es verosímil lo que ahora allí comentan, que Rex Hunt, el gobernador de las Islas ha sido increpado por el canciller inglés a abandonar la letanía del reclamo isleño. En tanto las consecuencias de la política inglesa se cumplieran, la soberanía terminaría cayendo por inercia sobre Argentina. Son tipos fiables los que lo plantean, algunos hasta son diplomáticos, intelectuales de lo más graneado que concurren a la casa de Girotti. Estos tipos están muy informados –se dice para sus adentros Julián, que escucha con atención los razonamientos acerca de geopolítica. Sí, quizás estar rodeado de tantos eminentes personajes es lo que lo cohíbe a Julián, y el verse interpelado a contar facetas de su vida en aquel círculo. Pero, qué tremendo, si realmente esas hipótesis, que se verifican fiables, han sido realmente las que fueron desechadas por una dictadura sangrienta, obligada a dar un manotazo de ahogado, utilizándolos de carnada. Y, sí, desde ya que ha visto morir compañeros –responde sin entusiasmo-, aunque él no resultó herido, no. En verdad, cuando empiezan con esas preguntas, tiene ganas de agarrar a su novia de la mano y llevársela inmediatamente. Seguro que ella lo va a entender. Además de poder alegar estar bajo los efectos de un shock emocional para evitar todas esas preguntas lacerantes que lo motivan. Las escenas terribles de aquella noche en la que ya se preanunciaba la ofensiva final del “3 para”, eso lo supo después, si total para qué saber contra qué unidad se va a pelear, si lo que ellos y los enemigos querían, era simplemente eliminarse entre sí. La multitud de salvas de artillería inglesa caían sobre la línea de morteros avanzada, en las primeras estribaciones ubicadas al sur oeste del monte. Los cables de telefonía que unían las comunicaciones del regimiento y de la sección de infantes de marina que estaban adscriptos a él fueron cortados rápidamente por el vendaval de fuego y esquirlas que les caía encima. Pronto los misiles y las municiones comenzaron a zumbarle encima del casco. El flaco Testa y él se calaron el birrete y el pasamontañas, respectivamente. En la oscuridad de su refugio con el techo de chapa, que a esa hora ya hacía caer gotas de condensación sobre ellos escucharon el primer estampido del FAL de Gustavo que les disparaba a las figuras humanas que se movían hacia ellos a unas decenas de metros. La voz del colorado Roeniger exclamó un desgarrador grito, que iba a ser el de su final. Ese alarido quedó flotando por el resto de la noche en su conciencia, mientras las horas pasaron en un frenesí de llamas, luces de bengalas que iluminaban el campo y dejaban ver los estentores de una batalla que consumía salvaje las vidas de propios y extraños. Pero prefirió abandonar esos recuerdos porque repentinamente sintió que ellos lo conducían a uno de sus frecuentes ataques de asma que le quitaban la respiración y le hacían andar con un inhalador permanentemente en el bolsillo