sábado, 2 de enero de 2010

CAPÍTULO IV

Julián se afloja en su silla, aposentado relajadamente. Esa mujer –evoca y se aleja en cavilaciones discurriendo ensimismado. Sandra. La cara redondeada en la frente, un alargado contorno del rostro hacia el mentón, armonioso, la boca carnosa y sugerente, los ojos marrones y límpidos, el cabello negro, cayendo con suavidad en delicados bucles, antes de los hombros. Y esa mirada inquisidora y concentrada en él, aun cuando se ven desde lejos. Ella no le pierde la vista, no deja de mirarlo hasta que están los dos frente a frente. Él piensa para sí, cada vez que la sigue con la vista, al acercársele, que ella se pregunta ¿te vuelvo loco, no? Esa es una duda que tiene, que cree confirmar cuando, sin quitar los ojos de los suyos, ella lo besa amplia y voluptuosa, en cada encuentro. Posiblemente eso no sea real, pero forma parte del misterio que los une, que a Julián lo fascina de aquella mujer, que parece tan entregada a él, y que en él siempre recrea sus debilidades, sus dudas, que refuerza sus zonas sombrías. ¿Por qué no le alcanza nunca con que ella lo diga, lo reafirme constantemente? Lo quiere, lo ama.
Si al final de toda esta charla se trata de que a uno no lo reconozcan, no por nada. Uno se gana, cree de manera precaria Julián, que lo reconozcan o no. Julián cree todo de manera precaria. Precaria, provisional –piensa- porque es como una fórmula fácil, como decirse a sí mismo que las cosas son como son por leyes impuestas, vaya a saber por qué cósmica determinación. Y eso lo hablan siempre con Sandra, lo discuten, él cree que por un ciego voluntarismo de ella, que parece coincidir con la testarudez del flaco Testa, cándidos piadosos creyentes en la bondad humana.
Y han discutido también eso, en esas reuniones a las que han ido con Sandra, a lo de su jefe, a lo de Girotti, el profesor titular de la cátedra donde trabaja Sandra. ¡Ese es un reconocimiento bien ganado! ¡El reconocimiento de la sociedad y del Estado es impostergable! –dice Girotti a quién lo quiera escuchar en su casa, mientras lo busca a Julián de interlocutor. Lo mismo piensa Julián. Vale la pena que lo reconozcan a uno, como lo reconoce Girotti, un tipo de calvicie avanzada al que le crecen unos vigorosos pelos blancos a los costados de la cabeza y en la parte posterior del cráneo, lo que junto con los lentes de grueso armazón negro, y un aire de intelectual convencido, le dan una digna apariencia de catedrático siempre apoltronado en el cenáculo de las razones sólidas. Pero, mientras tanto –Julián no puede con su introspectiva ironía- ¡marche preso!
Girotti, desde que lo conoce, siempre se interesó por aquella empresa que el ahora repartidor de vinos considera una breve y casi insignificante historia, la de una guerra que aún no cesa en algunas memorias. La de Girotti, y la de Sandra, la de ese grupo que se reúne en la casa del profesor a discutir efusivamente la realidad nacional, junto con temas relacionados con sus asuntos académicos.
Asisten a esas reuniones en las que a Julián, Girotti le parece excesivamente interesado en un tema que él bloquea casi espontáneamente, relegado a las sombras de un acontecer taciturno. Eso es lo que Julián considera que se ha convertido su vida, sombras motejadas por claros de cotidianeidad macilenta y previsible. Pero si es simplemente un obrero, hijo de obrero, con aspiraciones de obrero, quizás especializado, luego de haber terminado satisfactoriamente la escuela técnica. Para sobrellevar su tara ha simulado tener interés en la academia, anotándose en la facultad, con rendimientos mediocres en la carrera de letras –aunque es un lector voraz, siempre anhelante de nuevos autores y títulos-, la misma que su novia va a terminar con honores, casi meteóricamente, cautivando a su profesores, motivando a Girotti a tenerla en su plantel de ayudantes, casi deslumbrado al recibir en persona una demostración brillante de un examen final de Literatura Argentina. Es la procesión interna de un individuo que siente que los méritos que tiene son desechables, que va buscando convencerse a sí mismo de su constitución de hombre gris, mediocre, a veces contradicho por arranques de efusividad intelectual, o esplendor especulativo. ¿Quizás con eso se engaña Sandra? Lo considera más de los que realmente es, o al menos es más cómodo para Julián autoconvencerse en ese panorama que le asegura bajo perfil. Aunque esa vez Girotti ha afirmado algo -su jefe ha conminado a Sandra para que acuda con su compañero-, que lo ha dejado admirado al ex soldado al escucharlo: la de esa guerra, es la historia de muchas guerras. Una guerra y tantas guerras como ex soldados han peleado en ella, los que ahora son relegados a una omisión criminal.
Esto es lo que lo pone nervioso de las reuniones en casa de Girotti. Transformarse, como en aquel almuerzo -con un asado excelente, muestra del buen gusto y la posición económicamente holgada del profesor-, en el centro, por momentos, de una charla que se convierte en discusión acerca de geopolítica, acerca de la historia del país y las sucesivas debacles que lo han barrido, con epicentro en la guerra de Malvinas. Y ahí la mirada de Girotti, con la dulce mirada de Sandra que tiene tendencia a tomarle la mano, que percibe genuinamente afectada, conmovida por las respuestas que salen de su boca, entrecortadas, que tardan en llegar como recelando de sentirse protagonista. Si en definitiva es eso, en última instancia el lugar que tienen los ex soldados es el justo y adecuado a la idiosincrasia de este país. Relegar a los protagonistas, autocomplacerse en ser ciudadanos de la indiferencia, ocultar y callar a los testigos, son actitudes patentes del imaginario social en los dramas de los desaparecidos y de los ex combatientes. Como si fuera posible establecer un épica de la derrota. Los rendidos, los muertos, los derrotados, están sometidos a un silencio obligado, monolítico, ocultos en el cofre de la ignominia. No son siquiera heridas, no han siquiera rasgado el velo de la abulia imbécil de una sociedad adormilada en sus insignificancias.
Reflexiona Julián acerca de lo que se debate en aquel círculo intelectual, del que forma parte como testigo entusiasta e incómodo a la vez. En verdad, qué tremendas consecuencias de tamaña e imbécil osadía. Si era verdad que a finales de 1981 los ingleses habían amenazado a la administración “kelper” de que los dejarán solos si continúan con sus intemperantes, intransigentes y anacrónicas demandas ante el gobierno de Londres para obtener atenciones especiales y su autodeterminación. Sí que es verosímil lo que ahora allí comentan, que Rex Hunt, el gobernador de las Islas ha sido increpado por el canciller inglés a abandonar la letanía del reclamo isleño. En tanto las consecuencias de la política inglesa se cumplieran, la soberanía terminaría cayendo por inercia sobre Argentina. Son tipos fiables los que lo plantean, algunos hasta son diplomáticos, intelectuales de lo más graneado que concurren a la casa de Girotti. Estos tipos están muy informados –se dice para sus adentros Julián, que escucha con atención los razonamientos acerca de geopolítica. Sí, quizás estar rodeado de tantos eminentes personajes es lo que lo cohíbe a Julián, y el verse interpelado a contar facetas de su vida en aquel círculo. Pero, qué tremendo, si realmente esas hipótesis, que se verifican fiables, han sido realmente las que fueron desechadas por una dictadura sangrienta, obligada a dar un manotazo de ahogado, utilizándolos de carnada. Y, sí, desde ya que ha visto morir compañeros –responde sin entusiasmo-, aunque él no resultó herido, no. En verdad, cuando empiezan con esas preguntas, tiene ganas de agarrar a su novia de la mano y llevársela inmediatamente. Seguro que ella lo va a entender. Además de poder alegar estar bajo los efectos de un shock emocional para evitar todas esas preguntas lacerantes que lo motivan. Las escenas terribles de aquella noche en la que ya se preanunciaba la ofensiva final del “3 para”, eso lo supo después, si total para qué saber contra qué unidad se va a pelear, si lo que ellos y los enemigos querían, era simplemente eliminarse entre sí. La multitud de salvas de artillería inglesa caían sobre la línea de morteros avanzada, en las primeras estribaciones ubicadas al sur oeste del monte. Los cables de telefonía que unían las comunicaciones del regimiento y de la sección de infantes de marina que estaban adscriptos a él fueron cortados rápidamente por el vendaval de fuego y esquirlas que les caía encima. Pronto los misiles y las municiones comenzaron a zumbarle encima del casco. El flaco Testa y él se calaron el birrete y el pasamontañas, respectivamente. En la oscuridad de su refugio con el techo de chapa, que a esa hora ya hacía caer gotas de condensación sobre ellos escucharon el primer estampido del FAL de Gustavo que les disparaba a las figuras humanas que se movían hacia ellos a unas decenas de metros. La voz del colorado Roeniger exclamó un desgarrador grito, que iba a ser el de su final. Ese alarido quedó flotando por el resto de la noche en su conciencia, mientras las horas pasaron en un frenesí de llamas, luces de bengalas que iluminaban el campo y dejaban ver los estentores de una batalla que consumía salvaje las vidas de propios y extraños. Pero prefirió abandonar esos recuerdos porque repentinamente sintió que ellos lo conducían a uno de sus frecuentes ataques de asma que le quitaban la respiración y le hacían andar con un inhalador permanentemente en el bolsillo

1 comentario:

  1. Muy bueno este capítulo. Tanto como los tres anteriores. No puedo esperar para leer el próximo. La verdad, escribís muy bien.Te felicito.

    ResponderEliminar