martes, 14 de agosto de 2012
martes, 30 de noviembre de 2010
UNA VERGÜENZA
Realmente es la bastardización del sufrimiento de los veteranos, sus seres queridos y, de todas aquellas personas que tienen conciencia cierta respecto a las atrocidades de la GUERRA.
http://www.zonagratuita.com/servicios/noticias/2005/agosto/041.htm
http://www.zonagratuita.com/servicios/noticias/2005/agosto/041.htm
jueves, 2 de septiembre de 2010
Murió Fogwill, autor de "Los Pichiciegos"
Murió Rodolfo Fogwill, autor de una delirante pero, a la vez brillante novela sobre Malvinas: Los Pichiciegos (hay reedición de la misma, antes recontraagotada, en Editorial El anteneo.
Imperdible:
"...A los pichis les enseñaron una que se pasaba por la radio: "My home is the ocean/ My grave is the sea/ And England shal ever/ Be Lord of the sea". Era muy fácil de aprender a cantar, pero escribirla, o entenderla, no cualquiera podía, por lo arrevesado de la fonética y de la manera de pensar de ellos; la traducción es más o menos que ellos siempre la tienen que ganar. Algo así.
Hijos de puta."
Imperdible:
"...A los pichis les enseñaron una que se pasaba por la radio: "My home is the ocean/ My grave is the sea/ And England shal ever/ Be Lord of the sea". Era muy fácil de aprender a cantar, pero escribirla, o entenderla, no cualquiera podía, por lo arrevesado de la fonética y de la manera de pensar de ellos; la traducción es más o menos que ellos siempre la tienen que ganar. Algo así.
Hijos de puta."
sábado, 22 de mayo de 2010
FOTO DE MAYO DEL `82
Esta foto corresponde a los entonces soldados clase 63 Sandro Penso y David Pequeño, ambos pertenecientes al Escuadrón de Tanques "B" del RCTan 11 de Puerto Santra Cruz, por aquel entonces movilizado en la zona de Güer Aike, más precisamente en la estancia "Killik Aike Norte", de propietarios de origen inglés, a unos 50 km de Río Gallegos y, a orillas de la ría junto al final del aeropuerto. Desde allí casi todos los días partían misiones de cazas Mirage hacia las Islas Malvinas. a unos 600 km.
sábado, 13 de marzo de 2010
sábado, 20 de febrero de 2010
El relato de Julio La Luz acerca de la batalla de Dos Hermanas
Increiblemente vívidas, emocionantes e impactantes las palabras escritas por el Ex soldado VG Julio La Luz, integrante del Esc. de Exploradores de Caballería Blindados X, transcriptos por Gustavo Pirich en su libro "Hojas de Ruta. De la Guerra en las islas a la Guerra en el continente". En él se relata la manera en que vivió este veterano de Malvinas su llegada a las islas y todo el tortuoso proceso previo a la entrada en combate. Las escenas de guerra son relatadas con pincelazos magistrales propios de un escritor profesional, los que nos dejan verdaderamente anonadados por su crudeza y, por la descripción de grandezas y calamidades del comportamiento de los hombres, sobre todo de la defección de oficiales y suboficiales del ejército, aunque también el mérito y valentía de otros.
martes, 9 de febrero de 2010
Capítulo VI (con este concluye la 1ª Parte)
Está sentado en la parrilla de Oviedo y una ráfaga de pensamientos lo acomete. Y ahora ese primor de mujer, metiéndosele por los poros a Julián, recorriéndolo con sus manos de caricias compañeras, y a veces vibrantes, la que lo hace hablar, contarle, volviendo débil el dique de la reserva, acuciándolo a desprenderse del peso de la angustia, disolverlo con palabras, ésas que están tan contenidas adentro suyo. Hay que ponerlo en palabras, le dice Sandra, versada en psicoanálisis. Si puede ser que alguien te respete y te quiera, y se interese por vos, cómo no admitir que esa mujer también es fruto franco de esta misma sociedad que se descubrió a su adultez con un persistente rechazo, que te resiste y que te niega. Eso se pregunta Julián, y se dice a sí mismo que por qué no, por qué no abrirse, cuando Sandra lo interpela, la mirada buena y atenta, posada casi en sus cejas, él con el gesto adusto, resistiéndose a decir, como secretamente encadenado a los grilletes del pasado, con la persistencia amordazante y negadora de la propia historia. Si bien ella no vivió lo mismo, no hay duda de que es resultado del mismo caldo que los hizo a todos apesadumbrados moradores de una patria de desarraigos, internos o externos, como habitantes de un país que impugna inmisericorde el reconocimiento de pertenencia a los suyos, ¡a una parte de los suyos!. Si ella recuerda claramente la huelga general del 30 de marzo, y tres días más tarde la toma de Malvinas, y el campeonato de desinformación por canal 7, anoticiados todos en su familia por el padre que escuchaba todas las noches atentamente la BBC; mientras que ella, junto su hermana y madre, caían en la cuenta de que, seguramente aquello era parte de una campaña de ocultamiento de la dictadura. Una más para con el pueblo, iluso en su mayoría, siempre complejo en sus pliegues, algunos especulando en tácticas y estrategias para con la política interna de enfrentamiento a la dictadura, otros eufóricos y quiméricos con la recuperación de ese lejano territorio. En todo caso eso, Julián lo fue viendo después, alertado por sus devaneos acerca de la historia reciente, en la universidad. Las marchas y contramarchas, las sendas y vericuetos que algunos intelectuales y políticos atisbaron en el enfrentamiento a la dictadura militar. En todo caso, abandonado de la consideración de simples cuestiones de política interna, relegados todas a la causa libertadora de la recuperación histórica de las Islas.
Julián no había sentido nunca ese escozor con ninguna otra mujer, hasta ahora, envolviéndolo y depositándolo muchas veces en el paroxismo, susurrándole palabras provocativas, despertándolo al crepitante escenario de la lujuria, a veces escandalizándolo de rubor. Ni siquiera quiere pensar en mencionar esa palabra, la que mejor parece caberle a la descripción del vínculo que, abrumadoramente desde que la conoce, los invade. Parece que es como si esa noción que describe a la pasión que une a los cuerpos, inflamados los sentidos, provocando la exaltación de las emociones, también estuviera más protegida si no se la menciona, como otra treta ingeniosa del silencio autoimpuesto, sobrepasándolo. Como si fuera que el amor, que de eso se trata, pudiera protegerse de ser perdido gracias a las férreas leyes del sigilo, inexpugnable estratagema sobre las huestes de la desgracia, futura o pasada. Es una lucha interna contra los espectros de la noche de las desgracias, como un escudo contra la metralla que él conoce cayendo impenitente, sobre las rocas del improvisado refugio, sobre la carne y los huesos de los infortunados, pero también sobre la implacable vestal de los amores perdidos, condenados al olvido, fracasados, que ya lo han asolado no hace mucho. Y al final, es como si tuviera él, en aquellas reuniones, permiso para alejarse en sus devaneos internos, desentendiéndose relajado de la conversación y de alguna concreta pregunta, dispensado de esa carga por su condición de veterano de guerra.
Qué bonita morocha, qué estilizada belleza. La mirada placida destacando los castaños ojos, pestañas largas y arqueadas, ¡una muñeca! Las cejas como pinceladas delicadas, las pecas sobre la nariz armónica, una manzanita de labios carnosos, insinuantes y rosados, como delicioso toque que culmina en un mentón de aristas suaves aunque firmes. Esbelta figura, pero contundente, de formas contoneadas y de grácil exhuberancia, como para sentirse pleno de que aquella mujer se haya fijado en él, como él se prendó de ella, en la fila para inscribirse en la facultad, aquel febrero de 1984. El pelo sedoso y ensortijado de Sandra, cayendo oscuro sobre sus desnudos y redondeados hombros tostados por el sol. La memoria se detiene en ese vestido anaranjado, amplio, calzada con unas sencillas sandalias de cuero, un conjunto muy provocador en su simple ingenuidad –quizás estudiada con sutileza, algo que, con el tiempo comprobaría con certeza- dándole al conjunto una mezcla irresistible.
No hablaron de sus historias, en principio, recorriéndose con las miradas, reconociéndose con discreción, al entornar la vista, cuando el otro no mira. Charla amena y distendida, matizada con la inquietante excitación de estar conociendo a la persona, a ese ser especial, que hasta ahora no ha aparecido. Vidas con relaciones ligeras, inestables, adolescentes. ¿Un flechazo? Fulgurantes brillos en los ojos, interés y casi fervor espontáneo. Ella, la consecución lógica de una escolaridad secundaria, bachillerato en humanidades en una escuela pública de Caballito (él podía adivinarla, esbelta, vestida con su delantal blanco, el cabello negro y largo, casi hasta la cintura, quizás recogido en una cola con lazo), sin duda brillante rendimiento, un señorita aplicada, centrada y, ¿por qué no? Deslucido rendimiento en un intento por ingresar a la Facultad de Ingeniería, él; ahora trabajando de técnico en una empresa de saneamiento urbano, dibujando planos. Curioso recorrido, ambiguo, ¿quizás desesperado? ¿Abandonar una vocación técnica bastante marcada, con un industrial completado en 6 años? ¿Pasarse a una carrera humanística? Lo hacían aún más intrigante, complejo, críptico, con la mirada clara y bonachona, con una sonrisa singular y divertida, estentórea.
Ir a tomar un café, desde ya que sí, ¿por qué no? El permiso para ir a inscribirse a la facultad ya estaba otorgado, la jornada de trabajo ya es historia, el impulso por prolongar ese encuentro fortuito y ameno es irrefrenable. La vida da muchos, curiosos golpes de timón. La facultad es un punto de referencia bastante claro, incuestionable, seguro en ella. No tanto para él; la anterior experiencia fue frustrada por, ¿una cristalización del cerebro? Qué divertido, qué ingenioso. No sabía ella que algunas experiencias pueden alterar la capacidad de razonamiento. Ah, ¡claro! ¿Cuáles? Ya se develarán, con el tiempo, ahora lo hacen más interesante en esos recónditos secretos que lo pintan misterioso e interesante. Sí, la conscripción produce eso en algunos jóvenes argentinos; un año perdido, un duro año de anquilosamiento de las neuronas –qué singular perspectiva, ingeniosa- . Sobre todo cuando eso se comprueba comparando que, junto con su amigo y compañero del secundario, Andrés, las lecciones y las explicaciones en el aula del curso de ingreso son casi in entendibles; no les pasa eso a los recién egresados de la escuela, las mentes ágiles y los cálculos certeros y aceitados, el mes que viene estarán cursando ingeniería sin inconvenientes, planes ordenados que se cumplen con puntualidad. Es cuestión de mirarse entre ellos, Julián y Andrés, no entender lo que pasa, pero que sin dudas ocurre, sucede. La cabeza está “quemada” viejo. Vamos a laburar un año, y el año que viene vemos qué pasa. Es el destino, no puede ser tan malo como lo otro; nada lo es.
Pero el año pasa, la cabeza se resiste a afrontar los cálculos y la abstracta lógica de la física. ¿Por eso estás acá? Las letras seguro que son lo mío -oh qué morocha tremenda, cómo me gusta, y cómo me mira de profundo, que bonitos ojos castaños, se dice Julián desviando la mirada hacia un aviso pegado en la pared del bar, mientras esperan que les sirvan. Hay que disimular que está perplejo, no ser tan evidente. Si, aún no he visto el programa, le confiesa a la morocha que ahora lo mira fijamente, asintiendo, pero una carrera técnica para mí nunca más. Las letras me atraen, te diría que me apasionan, como si fuera un caso raro. ¡Incluso llevaba a la escuela novelas para leerles a mis compañeros en los recreos, en el Industrial! ¡Si! Claro, eran novelas eróticas, sobre todo las de Erica Jong, y de J.P. Donleavy. Eso sí que concitaba la atención de esos guarros, sus compañeros adolescentes de secundaria. Atrapados en los relatos de transcursos insinuantes, muchas veces explícitos, sexo en formato de relato elegante, bien escrito. Un lujo raro, que concita una popularidad extraña a favor de Julián, un oscuro personaje, culto y cerrado, lejano a la mayoría de sus compañeros, sólo dado con tres o cuatro de ellos, en épocas de dictadura, donde lo más osado para un adolescente es ir al cine un sábado de trasnoche, corriendo el riesgo de que te lleve la policía en una razzia, o “ratearse” al cine Roma, de Avellaneda, esas tarde en que el acomodador tiene amnesia y no pide los documentos a los menores de edad, claro, con un leve adorno a su bolsillo, “dos guitas” entre todos los de la barra que viaja en colectivo, aún con la corbata y el saco del colegio.
Es hora de irse, de cómo y cuándo se despidió del gordo esa tarde ya no le quedan señales. Qué increíble que no pueda, desde hace unos meses, hablar con ella sin que se desate una discusión. Va pensando eso al volante del camión del reparto, de vuelta desde lo de Oviedo, escuchando un tango desde el quedo parlante, la voz inconfundible de Ángel Vargas, su preferido. Pero ahora hay cosas más trascendentes en su cabeza, no hay lugar para la devoción al cantante, porque la morocha y su recuerdo lo tienen a maltraer. Será que no puede concentrarse en nada, que todo le resulta pasajero y efímero. Claro, ella necesita algo sólido, necesita un hombre con un proyecto consistente y centrado, no alguien con tantas dudas, sin certezas. En él no hay plan que no sucumba ante la fugacidad, la incertidumbre. Si todo es efímero. ¿Acaso no comprendió lo que le pasó al flaco Testa? ¿No me acompañó mil veces a la casa, y en el último tiempo al hospital? ¿No se da cuenta ella de que me pasan cosas muy parecidas? Quizás que no lo quiere ver. Es difícil reconocer que uno tiene problemas, al flaco eso le pasaba seguido.
Julián no había sentido nunca ese escozor con ninguna otra mujer, hasta ahora, envolviéndolo y depositándolo muchas veces en el paroxismo, susurrándole palabras provocativas, despertándolo al crepitante escenario de la lujuria, a veces escandalizándolo de rubor. Ni siquiera quiere pensar en mencionar esa palabra, la que mejor parece caberle a la descripción del vínculo que, abrumadoramente desde que la conoce, los invade. Parece que es como si esa noción que describe a la pasión que une a los cuerpos, inflamados los sentidos, provocando la exaltación de las emociones, también estuviera más protegida si no se la menciona, como otra treta ingeniosa del silencio autoimpuesto, sobrepasándolo. Como si fuera que el amor, que de eso se trata, pudiera protegerse de ser perdido gracias a las férreas leyes del sigilo, inexpugnable estratagema sobre las huestes de la desgracia, futura o pasada. Es una lucha interna contra los espectros de la noche de las desgracias, como un escudo contra la metralla que él conoce cayendo impenitente, sobre las rocas del improvisado refugio, sobre la carne y los huesos de los infortunados, pero también sobre la implacable vestal de los amores perdidos, condenados al olvido, fracasados, que ya lo han asolado no hace mucho. Y al final, es como si tuviera él, en aquellas reuniones, permiso para alejarse en sus devaneos internos, desentendiéndose relajado de la conversación y de alguna concreta pregunta, dispensado de esa carga por su condición de veterano de guerra.
Qué bonita morocha, qué estilizada belleza. La mirada placida destacando los castaños ojos, pestañas largas y arqueadas, ¡una muñeca! Las cejas como pinceladas delicadas, las pecas sobre la nariz armónica, una manzanita de labios carnosos, insinuantes y rosados, como delicioso toque que culmina en un mentón de aristas suaves aunque firmes. Esbelta figura, pero contundente, de formas contoneadas y de grácil exhuberancia, como para sentirse pleno de que aquella mujer se haya fijado en él, como él se prendó de ella, en la fila para inscribirse en la facultad, aquel febrero de 1984. El pelo sedoso y ensortijado de Sandra, cayendo oscuro sobre sus desnudos y redondeados hombros tostados por el sol. La memoria se detiene en ese vestido anaranjado, amplio, calzada con unas sencillas sandalias de cuero, un conjunto muy provocador en su simple ingenuidad –quizás estudiada con sutileza, algo que, con el tiempo comprobaría con certeza- dándole al conjunto una mezcla irresistible.
No hablaron de sus historias, en principio, recorriéndose con las miradas, reconociéndose con discreción, al entornar la vista, cuando el otro no mira. Charla amena y distendida, matizada con la inquietante excitación de estar conociendo a la persona, a ese ser especial, que hasta ahora no ha aparecido. Vidas con relaciones ligeras, inestables, adolescentes. ¿Un flechazo? Fulgurantes brillos en los ojos, interés y casi fervor espontáneo. Ella, la consecución lógica de una escolaridad secundaria, bachillerato en humanidades en una escuela pública de Caballito (él podía adivinarla, esbelta, vestida con su delantal blanco, el cabello negro y largo, casi hasta la cintura, quizás recogido en una cola con lazo), sin duda brillante rendimiento, un señorita aplicada, centrada y, ¿por qué no? Deslucido rendimiento en un intento por ingresar a la Facultad de Ingeniería, él; ahora trabajando de técnico en una empresa de saneamiento urbano, dibujando planos. Curioso recorrido, ambiguo, ¿quizás desesperado? ¿Abandonar una vocación técnica bastante marcada, con un industrial completado en 6 años? ¿Pasarse a una carrera humanística? Lo hacían aún más intrigante, complejo, críptico, con la mirada clara y bonachona, con una sonrisa singular y divertida, estentórea.
Ir a tomar un café, desde ya que sí, ¿por qué no? El permiso para ir a inscribirse a la facultad ya estaba otorgado, la jornada de trabajo ya es historia, el impulso por prolongar ese encuentro fortuito y ameno es irrefrenable. La vida da muchos, curiosos golpes de timón. La facultad es un punto de referencia bastante claro, incuestionable, seguro en ella. No tanto para él; la anterior experiencia fue frustrada por, ¿una cristalización del cerebro? Qué divertido, qué ingenioso. No sabía ella que algunas experiencias pueden alterar la capacidad de razonamiento. Ah, ¡claro! ¿Cuáles? Ya se develarán, con el tiempo, ahora lo hacen más interesante en esos recónditos secretos que lo pintan misterioso e interesante. Sí, la conscripción produce eso en algunos jóvenes argentinos; un año perdido, un duro año de anquilosamiento de las neuronas –qué singular perspectiva, ingeniosa- . Sobre todo cuando eso se comprueba comparando que, junto con su amigo y compañero del secundario, Andrés, las lecciones y las explicaciones en el aula del curso de ingreso son casi in entendibles; no les pasa eso a los recién egresados de la escuela, las mentes ágiles y los cálculos certeros y aceitados, el mes que viene estarán cursando ingeniería sin inconvenientes, planes ordenados que se cumplen con puntualidad. Es cuestión de mirarse entre ellos, Julián y Andrés, no entender lo que pasa, pero que sin dudas ocurre, sucede. La cabeza está “quemada” viejo. Vamos a laburar un año, y el año que viene vemos qué pasa. Es el destino, no puede ser tan malo como lo otro; nada lo es.
Pero el año pasa, la cabeza se resiste a afrontar los cálculos y la abstracta lógica de la física. ¿Por eso estás acá? Las letras seguro que son lo mío -oh qué morocha tremenda, cómo me gusta, y cómo me mira de profundo, que bonitos ojos castaños, se dice Julián desviando la mirada hacia un aviso pegado en la pared del bar, mientras esperan que les sirvan. Hay que disimular que está perplejo, no ser tan evidente. Si, aún no he visto el programa, le confiesa a la morocha que ahora lo mira fijamente, asintiendo, pero una carrera técnica para mí nunca más. Las letras me atraen, te diría que me apasionan, como si fuera un caso raro. ¡Incluso llevaba a la escuela novelas para leerles a mis compañeros en los recreos, en el Industrial! ¡Si! Claro, eran novelas eróticas, sobre todo las de Erica Jong, y de J.P. Donleavy. Eso sí que concitaba la atención de esos guarros, sus compañeros adolescentes de secundaria. Atrapados en los relatos de transcursos insinuantes, muchas veces explícitos, sexo en formato de relato elegante, bien escrito. Un lujo raro, que concita una popularidad extraña a favor de Julián, un oscuro personaje, culto y cerrado, lejano a la mayoría de sus compañeros, sólo dado con tres o cuatro de ellos, en épocas de dictadura, donde lo más osado para un adolescente es ir al cine un sábado de trasnoche, corriendo el riesgo de que te lleve la policía en una razzia, o “ratearse” al cine Roma, de Avellaneda, esas tarde en que el acomodador tiene amnesia y no pide los documentos a los menores de edad, claro, con un leve adorno a su bolsillo, “dos guitas” entre todos los de la barra que viaja en colectivo, aún con la corbata y el saco del colegio.
Es hora de irse, de cómo y cuándo se despidió del gordo esa tarde ya no le quedan señales. Qué increíble que no pueda, desde hace unos meses, hablar con ella sin que se desate una discusión. Va pensando eso al volante del camión del reparto, de vuelta desde lo de Oviedo, escuchando un tango desde el quedo parlante, la voz inconfundible de Ángel Vargas, su preferido. Pero ahora hay cosas más trascendentes en su cabeza, no hay lugar para la devoción al cantante, porque la morocha y su recuerdo lo tienen a maltraer. Será que no puede concentrarse en nada, que todo le resulta pasajero y efímero. Claro, ella necesita algo sólido, necesita un hombre con un proyecto consistente y centrado, no alguien con tantas dudas, sin certezas. En él no hay plan que no sucumba ante la fugacidad, la incertidumbre. Si todo es efímero. ¿Acaso no comprendió lo que le pasó al flaco Testa? ¿No me acompañó mil veces a la casa, y en el último tiempo al hospital? ¿No se da cuenta ella de que me pasan cosas muy parecidas? Quizás que no lo quiere ver. Es difícil reconocer que uno tiene problemas, al flaco eso le pasaba seguido.
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